Muere sin haber vivido

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Naces, juegas, aprendes a andar, a hablar. Te llevan al colegio, aprendes que para ser un niño bueno tienes que aprobar todas las asignaturas porque es lo que se debe hacer. Madruga, ve a clase, invierte el tiempo en los deberes y no en jugar. No veas tanta televisión. Tus padres quieren que seas bueno con los otros niños. Los otros niños te alientan para ser cruel con los pequeños, o los mayores serán crueles contigo. Crece, gana responsabilidades, estudia más, trabaja más, se bueno en casa. Compra cosas que anuncian por la tele. Vístete como lo hace la mayoría. Cómprate unas converse o unas vans, haz amigos en clase. Entra al instituto, sigue comprando cosas, empieza a estudiar otras asignaturas, porque si, porque es lo que se debe hacer. Haz amigos en el instituto, sal por las noches. Fuma, bebe, compórtate como un adulto, intenta aparentar ser algo que no eres para hacer amigos. Forma parte de un grupo, sigue estudiando, no suspendas o tus padres no te compraran cosas, cosas que necesitas para ser feliz. Sigue estudiando, sigue formando parte del sistema, porque si, porque es lo que debes hacer. Aspira a entrar en una gran universidad, o a empezar a trabajar. Tienes que independizarte, comprar muebles, contratar la luz, el agua, el gas, Internet  Paga esas facturas. Ve a trabajar. Trabaja duro. Hazle la pelota al jefe, aunque signifique ser desleal a tus compañeros, trata de ascender, porque necesitas más dinero. Consigue dinero, paga las facturas, compra más cosas. Cómprate un móvil nuevo, con Internet  el tuyo ya no vale. Trabaja duro, conoce a alguien con quien compartir gastos. Mudáos juntos, en una casa más grande. Cásate, ten hijos. Trabaja más. Paga su escuela, su educación. Educa a los niños, encarrilales hacia la misma vida que has llevado. Sigue trabajando, muchos años. Jubílate, conoce a tus nietos, cómprales cosas para que sean felices.

Y ahora que tienes tiempo para ti, echa un vistazo a todas las oportunidades para vivir que has tenido. Piensa en la de cosas que podrías haber hecho de joven, en la de personas que dejaste escapar porque no tenían cabida en tu sistema de vida. Arrepiéntete de haberlo sacrificado todo por que es lo que se debe hacer, odia el dinero, odia la televisión, odia los anuncios, odia la sociedad. Odia el sistema.
Muere sin haber vivido.

El otro lado de la pantalla

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Estudiar es más difícil cuando nadie me distrae desde el otro lado de la pantalla. Era sencillo porque no me preocupaba aprobar o suspender, sabía que nada saldría mal mientras me estuviera mirando embobado esperando a que respondiera a sus incesables llamadas de atención, porque mi sonrisa era producto solo de aquel imbécil que tarareaba desde la pantalla de mi ordenador y se movía precipitadamente tratando de hacer que le prestara atención a él y no a mis apuntes. Me encantaba aprobar, porque significaba que cada vez estábamos más y más cerca de ese viaje del que me hablaba, que se inventaba para mi. Nos prometimos que, pasara lo que pasara, eso no cambiaría.

Yo me lo creí. Supongo que no estoy acostumbrada a que me prometan el cielo y la luna y que luego cambien de opinión, como si no hubiese significado nada, como si hubiese sido un juego pasajero. Pero para mi era muy real, me hizo aprender a distinguir lo que realmente importa en la vida. Entendí que trabajar, estudiar, comprar o consumir son acciones circunstanciales, las hacemos porque las tenemos que hacer, porque la sociedad es así. Yo hacía todas esas cosas por el mero hecho de terminar con ellas, una especie de camino, una carrera de obstáculos que hay que seguir sin fallar para llegar a la meta. Mi objetivo era reencontrarme con el silencio y las promesas de futuro por las noches, y de vez en cuando, acurrucarme y respirar su aliento hasta dormirme y soñar sus sueños. Comprendí que la felicidad reside en esos pequeños momentos en los que puedes olvidar la sociedad a la que te sometes y la rutina que te oprime tu condición animal y simplemente disfrutar compartiendo todo el tiempo que puedas con las personas a las que quieres.

Pero ¿Qué haces cuando esa persona decide cambiar de planes? "Lo retiro". Sus sentimientos, sus intenciones, sus sonrisas, su aliento. "Lo retiro todo". Y ya no existen nunca más. Y yo había hecho un hueco en mi para todas esas cosas, un espacio permanente, porque cuando llegó, prometía quedarse. Y ahora ese hueco está vacío, y ya no encuentro razones para seguir fingiendo que soy una más en esta sociedad, ya no quiero aparentar que soy feliz gastando, consumiendo y estudiando, sometida a este sistema. Pero tengo que hacerlo, porque no tengo otra opción. No puedo olvidar lo que he aprendido ni tampoco irme lejos, con gente que entienda y comparta lo que se. Tengo que hacerlo por la gente que no entiende lo que me está pasando, pero le importa. Tengo que quedarme por ellas, fingir conformidad por ellas, y dentro de un tiempo, aparentar ser feliz gracias al sistema por ellas.

Por eso es más fácil fingir que has muerto e invertir el hueco en no dejar que nadie más vuelva a conocerme nunca como lo hiciste, que aceptar que me has roto el corazón y que aun así duermes por las noches.

Desengaño

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Nueve y veinte de la noche. La profesora sigue intentando hacer que nos de miedo el examen de la semana que viene, en vano. Es ultima hora, la mayoría de mis compañeros ya se han ido a casa, quedamos apenas 12 personas aguantando hasta que suene el timbre. Llevo todo el día resistiendo, tranquilizándome, disimulando, pero parece que ha sido mala idea intentar aparentar ser yo misma. Mi amigo me observa un momento, me hace una señal para que lea lo que me escribe. Cruzo los dedos para que no se haya dado cuenta, lo último que quiero es derrumbarme en esos últimos minutos, es la recta final, nadie me ha visto destrozada aún en esas seis horas de clases. Aparta la mano de la mesa. Leo con alivio que solo me cuenta lo que ha hecho hace una hora. Me alegro por el, ha conocido a alguien. Esas cosas me gustan, me gusta que la gente que me importa esté feliz. Recuerdo haber estado en su misma situación, contándole a el mismo por primera vez que he empezado algo, que le he puesto ilusión. Recuerdo también que hasta hacía poco seguía teniéndola. Empiezo otra vez a derrumbarme, otro nudo en mi garganta. Fijo mi mirada en la página que tengo delante, solo intento concentrarme en no dejar que vuelva a pasar, obviar la frustración que siento en ese momento, resignarme a que ya no hay nada en mi mano que pueda hacer para que esto no pase. Recorro las letras sin ver ni una sola palabra, en silencio, pienso en lo feliz que era hacía tan solo una semana, pienso en lo que había pasado en esas mismas cuatro paredes hasta hacía tan solo cinco días. Sin más la encuentro, es una palabra. Me llama la atención de inmediato, pero cuando voy a deshacer mis movimientos para leerla detenidamente mi amigo vuelve a hablarme. Hablamos de lo que ha hecho antes, pero es largo y se siente cohibido. Retomo mi cometido, miro el texto. Estoy segura de haber leído esa palabra en la primera línea de un párrafo, o en la última. Necesito encontrar esa palabra. Recorro esas líneas una y otra vez, sin conseguir encontrarla. Necesito de verdad leerla, empiezo a ponerme nerviosa. Recorro la mitad de un fragmento en busca de ella, esperando verla ahí, escrita expresamente para mi, para que salga del error. Empiezo a pensar que no está realmente escrita, solo era lo que yo misma estaba pensando, pero tengo que asegurarme. Vuelvo a empezar a leer, esta vez pausadamente. Se trata de un ensayo con el que empiezo a familiarizarme. Trata un tema interesante, podría haber terminado de leerlo de haber tenido ocasión, pero entonces algo me hace parar en seco. Ahí estaba, como por arte de magia, me había encontrado, mi nudo en la garganta ya había desaparecido.
Diez menos diez. El timbre estalla, todos a mi alrededor comienzan a recoger mientras yo remarco con lápiz la palabra, doblo la esquina de mi libro y lo guardo cuidadosamente en mi bolso para no olvidarme de ella. No volveré a dejarla escapar, voy a pasar mucho tiempo intentando aceptarla. Miro al frente, me están esperando. Sonrío mientras salgo por la puerta, esa puerta que no ha dejado indiferente a nadie. Sonrío porque hoy he conseguido no derrumbarme y en parte también porque ahora ya no estoy sola, tengo a una fiel compañera con la que convivir un par de meses más. Sonrío porque mañana será otro día. Pero sobretodo sonrío porque no quiero que sepa que por dentro sigo en huelga de alegrías.